Todos somos conscientes de la necesidad de realizar ejercicio para mantenernos saludables. Recibir consejos diarios sobre llevar una vida sana, incluyendo una dieta equilibrada, evitar el tabaco y el alcohol, y abandonar el sedentarismo, es común. Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué nos resulta tan difícil abandonar la comodidad del sillón? La respuesta a este dilema se revela como un enigma más complejo e intrigante de lo que aparenta.

Examinemos nuestro organismo. Aunque no somos los más grandes, fuertes o veloces en la naturaleza, como especie, destacamos por una característica única: la resistencia. A pesar de nuestra aparente debilidad y lentitud, somos corredores de fondo excepcionales, una habilidad que no es evidente a primera vista. Aunque evolucionamos para el ejercicio, surge la interrogante: ¿por qué nos cuesta tanto poner en práctica esta capacidad innata?

El neurocientífico y escritor Dean Burnett aborda esta cuestión en un reciente artículo de Science Focus, enfocándose en nuestro cerebro. A pesar de nuestras capacidades físicas, el cerebro ha evolucionado para resistir la actividad física. El ejercicio, desde una perspectiva objetiva, implica incomodidad y un alto gasto energético que el cerebro busca conservar. La corteza insular, una pequeña estructura en el encéfalo, juega un papel crucial al calcular la energía necesaria para el ejercicio y determinar si vale la pena.

Mantenerse en forma requiere esfuerzo constante sin recompensas inmediatas, desafiando nuestro sistema de toma de decisiones que favorece incentivos claros y resultados inmediatos. Aunque nuestra capacidad de motivación puede retrasar la gratificación, el cerebro a menudo cae en la «falacia del mundo justo», creyendo que el esfuerzo y el sufrimiento conducirán a recompensas futuras. A pesar de estos desafíos evolutivos, nuestro pensamiento simbólico y la cultura del esfuerzo son herramientas que pueden ayudarnos a superar esta resistencia innata.

Publicado por Mujeres al día, agencia de noticias e información.

 

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