La evolución, principalmente centrada en la reproducción, ha logrado que las hembras en casi todas las especies se mantengan fértiles a lo largo de toda su vida. Ciertamente, esto es bastante curioso, el ser humano hace parte de un pequeño grupo de mamíferos en los que la capacidad reproductiva se disminuye de forma acelerada con relación al declive orgánico general. Ese pequeño grupo donde las hembras viven una parte importante de su vida en menopausia está formado solamente por nosotros, el ser humano, y algunas especies de cetáceos odontocetos, como la beluga, el calderón tropical, el narval y la orca.

Los diferentes organismos, animales o vegetales, adoptan una diversa gama de estrategias de supervivencia y de reproducción dentro del objetivo constante de preservar la población. Entre esta gama de opciones, destacan 2 tipos de estrategia que los científicos denominan Estrategia r y Estrategia K. La primera de ellas, la Estrategia r, se centra en producir un gran número de crías. Los padres apenas proporcionan cuidados a esas crías, y por tanto se produce una elevada mortalidad que se compensa por el elevado número de ejemplares. Suelen ser especies de pequeño tamaño, con edad corta y de reproducción temprana que de esta forma la estrategia consiste en poner muchos huevos, tener muchas crías y esperar que, gracias a esa abundancia, algunas de ellas sobrevivan a los múltiples peligros que les aguardan en la naturaleza. La segunda estrategia, denominada Estrategia K, se basa en todo lo contrario: un número reducido de crías a las que los padres cuidan con cariño y protegen a toda costa. Generalmente se da en especies de gran tamaño, con edad prolongada y reproducción tardía. Su esperanza es que los cuidados y protección de una prole reducida ayude a mantenerla con vida hasta la llegada de la siguiente generación.

A este grupo de Estrategia K pertenecemos los seres humanos, pero incluso dentro de este grupo la menopausia es muy poco frecuente, por lo que hasta hace no mucho la existencia de hembras mayores que no se pueden reproducir suponía un quebradero de cabeza para la ciencia.

No obstante, en la evolución existe la idea extendida de que la menopausia podría ser, en realidad, una adaptación. Esta tesis nació en 1957, cuando el biólogo norteamericano George C. Williams propuso que, desde un punto de vista evolutivo también puede tener sentido que las mujeres dediquen sus esfuerzos a apoyar y cuidar de sus descendientes, en lugar de tener una mayor progenie. Se conoce como “la hipótesis de la abuela” y consiste en que las mujeres de mayor edad “contribuyen de una forma más efectiva a transmitir sus genes a las generaciones posteriores dedicando sus esfuerzos a los descendientes que ya forman parte del grupo, o sea, a sus nietos y nietas, en vez de hacerlo a los hijos e hijas que a una edad avanzada pudiera llegar a tener ellas mismas”.

La hipótesis de la abuela ha logrado instaurarse de forma cada vez más sólida en los últimos años gracias a la aparición de diversos estudios, principalmente con un artículo publicado en 2019 en la Revista Current Biology. Aquel trabajo, realizado por la Universidad finlandesa de Turku en colaboración con otras instituciones y Universidades de Canadá y Estados Unidos, utilizó bases de datos y registros eclesiásticos que se remontaban a épocas preindustriales para cuantificar a qué edad disminuye la disponibilidad de nietos que necesitan el cuidado de las abuelas para, más tarde, estudiar si la supervivencia de los nietos está relacionada con la presencia de abuelas de diferentes edades.

Por ejemplo, los datos apuntan a que el riesgo de muerte de las mujeres aumenta cuando las oportunidades de ser abuela disminuyen. El análisis de datos de aquel estudio representan un apoyo a la hipótesis de la abuela y sus resultados son bastante interesantes. Igualmente, tener abuelas mejora la supervivencia de los nietos. Precisamente, en ese mismo año 2019, un estudio en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) documentó el mismo efecto positivo en orcas, una especie en la que las abuelas no reproductivas prestan ayuda a las madres orca cuidando de sus nietos y mejorando su supervivencia. Ese mismo estudio, también muestra que las orcas mayores que aún siguen procreando no prestan un apoyo similar al que brindan las orcas menopáusicas.

No obstante, los autores encontraron que “tanto las oportunidades como la capacidad para ayudar a los nietos disminuyen con la edad”. De esta forma, si la edad de las abuelas es muy avanzada, mayores de 70 años, su presumible peor estado de salud se asocia a una menor supervivencia de los nietos. “A medida que las abuelas envejecían, su presencia tiene una importancia decreciente para la supervivencia de los nietos, y la presencia de una abuela mayor ya no se muestra tan beneficiosa como la de las abuelas más jóvenes”.

Además también resulta crucial la cercanía o distancia de la abuela. Las abuelas vivas permiten que sus hijas aumenten tanto el número de hijos que tienen como el número de hijos sobrevivientes hasta los 15 años, en comparación con las familias en las que la abuela había fallecido. No obstante, la distancia geográfica es importante y “el número de niños nacidos y el éxito reproductivo disminuye a pesar de que las abuelas estaban vivas. Es decir, las abuelas no fueron de mucha ayuda cuando vivían demasiado lejos”.

Teniendo en cuenta el proceso evolutivo, la menopausia en nuestra especie despliega efectos satisfactorios para los nietos, la hipótesis de la abuela se mantiene como una teoría válida pero estas ventajas también poseen límites claros. Los estudios muestran que la influencia de las abuelas depende de diferentes factores y contextos, lo que destaca la importancia de “seguir estudiando esta hipótesis en diferentes poblaciones para construir una imagen más clara del papel de la abuela en la evolución de la vida post-reproductiva”. Publicado por Mujeres al día, agencia de noticias e información.

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